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jueves, 2 de septiembre de 2010

Un viejo

Hay en el lugar donde trabajo, un hombre de la limpieza al que se le notan todos los amores que trae a cuestas. En cada una de esas partes del rostro y la postura que sirven para describir el aspecto de alguien, este pobre muestra cuántas mujeres dejaron la huella de todo lo que se llevaron.
Saluda con un cortés "Buenas tardes" y pregunta con la mayor esperanza "¿hay basura en los cestos?" Su mirada baja demasiado rápido si por un instante se ha encontrado con la de otra persona. Habla poco y oye menos, pero otra cosa de su mirada es que está conectada de no sé qué manera con su sonrisa. Tiene un bigote de esos que bajan hasta el mentón sin cerrarse, canoso como su desordenado cabello. Y lo más golpeado de su alma es su sonrisa, que de no ser porque todos los que trabajamos aquí, estamos con la cabeza hacia el cielo y si más bien lo vieramos con la cabeza volteada, encontraríamos la mueca de la más honda melancolía. Yo me lo imagino, porque más de una vez he deseado que las patas de mi silla estuvieran pegadas al techo.
La presencia de estas personas que hacen la limpieza puede medirse por lo bien o mal que hacen su labor, aunque yo creo que todos lo hacen suficientemente bien, en tanto que en un edificio de gobierno como éste, la limpieza está a una eternidad de disminuir su fealdad. También me llama la atención que de algunos de ellos he recibido los saludos más amables, a pesar de que hay unos cuantos que son sordomudos.
Y de este viejo no sé nada, sólo lo que me imagino cuando volteo la cabeza hacia el suelo.

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