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martes, 6 de noviembre de 2012

La exigencia de esa gente tan amada

El amor que nos profesan hace que surja, quien sabe si por voluntad de ellos, por la mera costumbre de lo que implica ser hombre, por la mierda del perro que camina en la calle... Hace que surja la exigencia de corresponder: amar porque uno es amado. Amar también implica desear que ese amado se conserve, perdure, pero no sólo eso, amar es desear atestiguar la permanencia de ese amado...

Quédate cerca para que permanezcas y yo esté al tanto, para que no pierda detalle de tu permanenncia, para que yo sea el principal, si no único, testigo de que sigues vivo.

El deseo de atestiguar la permanencia del amado conduce a sentir una amenaza.

El deseo de atestiguar la permanencia del amado nutre el propio deseo de permanecer.

Se teme la muerte del otro, se teme la muerte propia. Se teme dejar de ser testigo de la presencia del otro. El otro nos amenaza de muerte, con su muerte tan temida para el que lo ama. Tanto como la muerte es amenazante por sí misma, para el que tanto desea atestiguar o ser objeto de testimonio

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