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lunes, 30 de agosto de 2010

Pacto con el diablo

En tan sólo una hora con dieciseis minutos me he enfrentado ya dos veces a eso que tienen por costumbre los grandes empresarios , esos que no somos nosotros, aquellos a los que lo abultado de sus cuentas bancarias por poco los convierte en Otros. Hablo de esa afición por los tediosos cuestionarios que nos arrojan a la cara, cada vez que uno intenta obtener algún beneficio a través de sus sitios en internet; esto lo hacen justo en el momento en que dejamos de ser lectores pasivos de lo que ellos ofrecen en su cara más visible y queremos algo más... Lo que yo quería era tener una tarjeta de descuento del 10% para un restaurante y escribir un comentario al columnista de un períodico, al buen Fadanelli. Antes de satisfacer estos simples deseos, apareció en mi pantalla (a eso me refiero con "nos arrojan a la cara") una infinidad de preguntas con espacios para rellenar con respuestas que aclaren, sin que quede la menor duda, quién soy yo. Estas son las cosas que dichos empresarios hacen por su público de forma gratuita, se supone. Y lo dudo mucho, porque el hecho de que alguien ofrezca algo a cambio de que uno responda quién es, es exigir el pago del precio más alto. Eso es verdaderamente hacer un pacto con el diablo.
Aunque ya no sé si puedo seguir hablando mal de esos pobres millonarios, ¿no estarán intentando, con esa costumbre, hacer un Bien a todos nosotros? Nosotros, muy ingratos, insistimos en permanecer en el anonimato, cuando ellos, además de ofrecernos un servicio, nos preguntan por nuestra identidad. Es decir que ellos, casi siendo Otros, quieren que nosotros seamos alguien.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Las hojas

Encontré una hoja doblada donde un par de dias atrás dibujé unas cuantas letras, unas junto a otras, tan cerca algunas de ellas que lo había ahí ya eran palabras. Que hubiera ahí palabras, no implica necesariamente que valga la pena leerlas, por más que donde haya escritura hay lectura, lo repito: no necesariamente vale la pena hacerlo.
En el caso de lo que comencé a contar, efectivamente lo que había en ese hoja no vale la pena. Y le perdoné la vida a la inocente, qué culpa tiene de no valer la pena, y no hablo de la hoja sino de la escritura. A ver, a qúién pueden interesar el nombre y el teléfono de un desconocido.
Y le perdoné la vida, algo me impidió arrojarla al bote de basura. La mayoría de las veces que hago tal cosa, creo fervientemente que actuo para no contradecir a los adultos que, cuando eramos niños, nos insistían en que no usáramos nuestras libretas para cualquier estupidez, ya que cada hoja provenía de la rama de un árbol y desperdiciarlas equivalía a malgastar la muerte de un ser de la naturaleza. Por supuesto con ello sembraban en nosotros la culpa por el asesinato de los árboles, que dieron su madera para que nosotros aprendiéramos a construir oraciones o a resopnder a la pregunta ¿cuál es el área de un círculo que tiene 2.4 cms de radio? Los árboles muerieron para que aprendiérmos a responder bien, cualquier cosa que hiciéramos diferente a ello, era el desperdicio de una muerte. Los que desperdiciaban eran más responsables por el asesinato, los que sacaban diez eran menos culpables que los de ocho para abajo.
Para perondar nuestra culpa por el asesinato hay que escribir bien, cosas que valgan la pena. Por un lado: escribir bien... no hay tal cosa, somos hablantes de un alfabeto divino, las vocales que ponemos entre consonantes son sacrílegas, nuestras palabras son mutilaciones de las cosas. Somos culpables del asesinato de los árboles y doblemente culpables por la mutilación de las cosas en nuestras palabras. Escribir Cosas que valgan la pena... que hagan valer la pena de muerte a la que estamos condenados por no escribir bien, por medio escribir y por asesinar árboles.

viernes, 20 de agosto de 2010

La vida

Quién puede quitarse de la lista de los que hablan de "la vida" como algo de todos, como algo común y público -público como el Metro, los estacionamientos, las primarias, las secundarias o los baños. Es decir que a pesar de la ingenuidad de quien así dice y la ignoracia que demuestra de aquellas elegantes y siempre sabias filosofías, psicoanálisises, y en fin de toda la bola de escrituras que remarcan con la más negra de las tintas la palabra subjetividad; no hay quien se resista a sentir que su vida es la de alguien más... la de todos los usuarios.
La vida es la escena de una obra de teatro -muy posiblemente de una tragedia- de una película o de un sueño. Y nadie me puede señalar como arrogante y soberbio, yo no soy el protagonista.




lunes, 16 de agosto de 2010

Hacer

Ya no es nuevo este tema en este blog, hay en mi lista de intenciones un algo de ganas de disculparme por ser repetivito, pero hoy que es lunes me las puedo aguantar.
Hablo de esta maña del lenguaje (Dios todopoderoso), que no se cansa de lanzarme a la jeta un hecho, que por mi cuenta declaro verdad innegable -por supuesto cada quien puede, en el nombre de dicho D-os, dictar como mandamiento la primer estupidez que le vanga a la mente, ¿no funciona así la asociación libre? Se trata de lo siguiente:
Quien más habla, más hace... más produce
Y tomen esto en cuenta como dicho de resentido, porque las dice alguien que no habla mucho. El que habla, algo obtiene, algo gana, algo no pierde: por el breve tiempo que sus palabras suenan y resuenan, el que las dijo no está completamente castrado.
Los judíos no pronuncian con todas sus vocales la palabra Dios, si acaso hacen esto: D-os. Su alfabeto que es divino, no tiene vocales. Aleph, letra de la cual Borges ya habló todo lo que vale la pena conocer de ella, es la letra divina que no suena y mucho menos resuena, de la que se habla pero no que no habla ella misma. Y antigüedades de otros desiertos hicieron algo similar.
Quisiera decir que hablo poco por sabio, prudente, pero jajajajajajaja. Menos mentiroso sería si dijera que soy arameo.
Si se trata de ser justos ante un Dios (y miren que acabo de cometer dos pecados, porque si no se puede decir completa esa palabra, menos se puede taer a cuento en cantidades: un Dios, dos Dioses). Pero bueno, si trata de ser justos ante tres Dioses, debemos ser buenos castrados y comenzar a hablar menos, si no por lo menos hablar de nada y muy preferentemente hay que empezar a ladrar.
Espero que la chica que me gusta y a la que parece que no le hablo lo suficiente, comparta esta intención.